¿Alguien pasa un día sin mirarse por un momento en un espejo? Poco importa que seamos muy presumidos o unos dejados de nuestra imagen, tarde o temprano siempre querremos comprobar nuestro aspecto. Seguramente tendremos uno en el baño, de los que son tan grandes que permiten ver casi todo el cuerpo. Otro en el dormitorio si somos algo presumidos y, cuando nos queremos contemplar en cualquier momento sin necesidad de ir hasta uno de los lugares anteriores, otro espejo en el comedor. También, por qué no, un último en el recibidor de casa, el mejor lugar para el último retoque.
Los espejos se convirtieron en un icono casi desde el inicio de nuestra historia. Protagonistas de multitud de miedos y supersticiones, de cuentos, de novelas… Algo tienen que a todos nos fascinan, y no sólo por el hecho de ser capaces de devolver nuestra imagen. Que también, por supuesto. Se creía que podíanreflejar nuestro alma y de ahí podría venir el famoso dicho de “la cara es el espejo del alma”. Y para tener esa cara siempre en perfecto estado conviene tener el mejor de los espejos.
El espejo de pie es el ideal para contemplarnos de arriba abajo haciéndonos una idea clara de cómo vamos vestidos o si la ropa realmente conjunta con nuestro estilo. A la hora del maquillaje son más útiles los espejos de sobremesa, que están dotados con una cara de aumento para así tener más precisión sobre una zona concreta. El espejo de baño es el más adecuado para esa zona de la casa siendo la mar de útiles para mirarse antes o después de entrar a la ducha. Y los espejos de pared tienden a ser mucho más decorativos, cumpliendo la doble función de una manera mucho más elegante.