La cata de vinos es un ritual imprescindible para todo amante de los caldos que se precie de serlo y, tanto si se es profesional como aficionado, siempre se han de seguir una serie de pasos que aseguran no sólo la mejor cata, sino también el vino más adecuado para la ocasión en la que nos encontremos. Conocer las técnicas no resulta complicado y con un poco de práctica cualquiera puede convertirse en un catador de vinos. Seguramente no al nivel de un sumiller, pero sí de la categoría necesaria para distinguir un gran vino de uno mediocre.
Lo primero en lo que deberemos fijarnos es que el lugar destinado a la cata debe de ser luminoso, ventilado, silencioso, sin olores y a una temperatura agradable. Cualquier estímulo que pueda distraernos de apreciar todas las características del vino debe de ser corregido. Las etiquetas de las botellas deben de ser retiradas para no condicionar el juicio del catador.
La copa con la que procederemos a realizar la cata de vinos es algo fundamental, por lo que deberemos de elegir una acorde a unas medidas que permitan apreciar los olores, sabores y color del vino.
- Altura: 155 mm
- Diámetro de la parte más ancha: 65 mm
- Diámetro del borde: 46 mm
- Grosor del pie: 9 mm
- Diámetro de la base: 65 mm
Una vez tengamos la copa, y el vino a catar a la temperatura adecuada, procederemos a verter una pequeña cantidad haciendo girar al vino por las paredes de la copa, apreciando a contraluz su brillo, color y limpieza. Observaremos si se forman gotas en la pared de cristal (llamadas lágrimas o piernas de vino), indicando con esto una mayor cantidad de alcohol.
El siguiente paso en la cata es proceder al examen olfativo, por lo que atraeremos la copa hacia nosotros aspirando los aromas que se desprenden del vino sin agitarlo. Procederemos a un segundo examen agitando la copa para remover el contenido. Los aromas percibidos se clasifican en tres tipos:
- Primarios: los aromas procedentes de la uva.
- Secundarios: son los procedentes de la fermentación.
- Terciarios o bouquet: son los aromas procedentes de la crianza del vino.
Los vinos jóvenes suelen poseer aromas frutales. Los más viejos adquieren tonalidades especiadas, balsámicas o de madera.
Una vez se ha procedido al examen olfativo, toca pasar a la prueba del gusto, por lo que el catador tomará un pequeño sorbo moviéndolo de lado a lado de la boca con la lengua para apreciar los cuatro sabores principales: dulce salado, ácido y amargo. También se efectuará un borboteo (hacer entrar al aire por una pequeña obertura de la boca para sacarlo por la nariz) con el que se conseguirá distinguir todos los aromas y sabores que desprende el vino dentro de la boca. Entre los más comunes destacarían el afrutado, cálido, ligero, con cuerpo, equilibrado…
No es fácil saber distinguir todos los parámetros que hacen de un vino su seña de identidad y sólo con la experiencia en la cata se consiguen las nociones necesarias para ello. Con un poco de paciencia, y siguiendo estos sencillos pasos, la cata de vinos será el primer paso a la degustación de una buena botella.
Referencias:
Wikipedia, «El vino. Conócelo«, Pedro Ximénez.