Algo tienen las llaves que guardan una especial predilección por perderse, como si les gustara vivir la vida por separado sin saber que sin la cerradura jamás llegarán a ser nada. Ningún invento ha resultado mejor que el llavero, habiendo sobrevivido por los siglos de los siglos incluso cuando las llaves eran tan grandes que casi resultaba imposible que se perdieran. Su enganche prácticamente no ha variado, siendo una anilla que hace de pasador asegurando a las llaves por sus ojales. Lo que sí ha variado es la forma del llavero en sí, siendo tan variada que coleccionarlos todos podría ser la labor de varias vidas consecutivas.
El llavero es aquello que se sujeta a la anilla, que a su vez sujeta a las llaves. Parece un poco lioso pero todos tenemos en mente cómo es un llavero y de qué consta. Esperad, ¿todos tenemos en mente el mismo llavero? Imposible, cada uno tendrá el modelo en el que actualmente engancha sus llaves, el primero que tuvo en su vida cuando los padres decidieron confiarle las llaves de casa o, por qué no, aquel llavero que despareció y del que hubo que hacer copias por triplicado. La forma de los llaveros es infinita: con forma de casa, de farolillo con luz (muy útil cuando llegamos de madrugada), con nuestro signo del zodíaco, con forma de cámara réflex, de ovni, cohete, llavero con forma de Vespa… En fin, basta con pensar en algo concreto que seguro que algún diseñador le habrá dado esa forma a un tipo de llaveros.
Pero no sólo tenemos que tener en cuenta la forma sino que, fundamentalmente, debemos de prestarle atención a sus características de seguridad que son las que marcarán la diferencia entre perder alguna llave o mantenerlas todas juntas en el llavero. Los materiales tienen que ser de buena calidad, con una anilla de seguridad que evite la caída de las llaves sin que estas se escurran fuera del llavero y una cadena que, de tenerla, se mantenga firme y con los eslabones bien unidos entre sí.