Toca una nueva entrega de mascotas extrañas, aunque la de hoy tampoco tendría nada de particular si sólo nos fijamos en el título ya que, ¿un gato puede ser un animal de compañía peculiar? Si ninguno habéis visto un gato esfinge en persona tiene mucha lógica que penséis de esa manera puesto que muchos tenemos felinos en nuestra casa, pero, ¿cuántos hay que vivan con uno carente de pelo cuya apariencia es la de un pellejo con patas que maúlla? Está bien, tiene pelo aunque no se aprecie. Y, quizá, esta descripción sea poco rigurosa. Vayamos a definir mejor al gato esfinge.

Por mucho que el nombre pueda inducir a engaño, el gato esfinge es una raza que se origina en Ontario, Canadá, a medidos de los años 60 partiendo de una mutación genética natural que provoca la característica apariencia sin pelo. Son animales relativamente grandes en comparación con otros felinos caseros, con un cuerpo musculoso, de ancho abdomen y una cola larga y fina que coronan como una guinda la primera impresión que nos da su aparente falta de pelaje.

¿A quién no le ha dado la impresión que estos gatos están dados la vuelta como si fueran un calcetín? Acariciarlos es una sensación extraña, como si no existiera una conexión real entre lo que conocemos como el tacto de un gato y el que nos proporciona el esfinge: la sensación de estar acariciando a una oveja recién esquilada. Se nos pueden ocurrir cientos de chistes con sólo fijarnos en su apariencia y todos ellos tienen que ver con su aparente falta de pelo. Aunque eso también tiene una ventaja: ni despela ni acaba devolviendo lo que traga tras limpiarse diariamente, auténtica pesadilla de todo el que tiene un gato. Así que, existen varias ventajas que pueden influir favorablemente en su adquisición como mascota. Por no hablar de su capacidad de ahuyentar a las visitas con sólo decir que contagia.