ué semana más rara, diario, el no haber podido escribirte unas páginas ha sido sólo uno de los aspectos extraños. A ver cómo te lo cuento… ¡Hace dos días cayó un rayo sobre aquel árbol que mi dueño puso en el jardín! Tan misterioso como vino parece que se ha marchado, ahora no va a dar ni filetes ni ningún otro fruto. Bueno, quizá carbón…
Las tormentas se han hecho más amigas de nuestra casa que un perro en celo y la pata de su dueño, llevamos unos días en los que la lluvia y los truenos son casi uno. Y los rayos, claro, aunque nunca había tenido la casualidad de tener uno cerca. Hasta hace dos días. Estábamos en silencio, la noche se había apropiado de la calle, el sonido de la lluvia se colaba por debajo de la puerta como el ronroneo de un gato… Y de repente se empezaron escuchar truenos a lo lejos. Pero se fueron acercando. Demasiado. Hasta que una explosión a pocos metros me levantó de un brinco, como si tuviera unos muelles en las patas, saliendo disparada hasta el lugar más seguro de toda la casa: debajo de la mesa. Aunque los truenos no tardaron en alejarse de nuevo, dejando a todos los de la familia asustados y apretados unos contra otros.
Al salir más tarde al jardín, una vez la lluvia se hubo marchado, comprobamos que del árbol apenas quedaba un palo saliendo de la tierra, más pequeño que la cabeza de un Chihuahua. En fin, estaba claro que aquel árbol no era para nosotros. O lo que fuera, que a mí aún no me quedado muy claro…