ómo se nota que llegan las vacaciones, diario, mi urbanización se está llenando de nuevos vecinos. Bueno, nuevos tampoco, porque a casi todos ellos ya les conocía del verano pasado. ¿Por qué los humanos consideran que moverse a otra casa es cambiar de aires si al final acaban encerrados entre cuatro paredes? Nunca les entenderé, con lo a gusto que se está durmiendo al aire libre, escuchando los grillos, oyendo a los otros perros mientras te sumas a ladrar con ellos… Hasta que tus dueños te regañan porque no les dejas dormir, claro.
A ver, que me pierdo y no sé qué quería contarte… ¡Ah, sí! Que como han venido un buen montón de vecinos por las vacaciones, también han traído a sus mascotas, habiéndose plagado el vecindario de nuevos olores a los que rastrear y esconder con los tuyos propios. Sí, diario, es un trabajo muy cansado. Si ya tenía todas las esquinas y farolas marcadas con mi nombre, ahora tengo que ir una por una volviendo a marcarlas porque otros perros extraños me las han robado. Aunque he de confesarte que resulta excitante: ¡hay un buen montón de perrazos! Sí, ya sé que tengo a Rodolfo, pero a nadie le amarga derrochar la imaginación…
En fin, diario, que me esperan unos días bien movidos conociendo nuevas amistades. Y reconquistando el barrio, que, aunque salga varias veces al día, pueden más que yo y acaban marcándome todas las conquistas. Creo que voy a tener que beberme varios cuencos de agua antes de cada paseo…