arece que ha llegado ya la temporada más loca de todo el año. Sí, ya sabes a cuál me refiero: a la Navidad. Y no es que vea a mis dueños excesivamente atareados entre compras, visitas de compromiso o jornadas de varias horas en la cocina, sino que los adornos y las luces ya se han hecho dueños de farolas, jardines y balcones. Incluso empiezan a proliferar los hombres gordos y de color rojo colgados por las fachadas…
No pienses que no me gusta la Navidad, diario, lo cierto es que a mí ni me va ni me viene. Bueno, eso tampoco es del todo así: me gusta la parte más culinaria del asunto. Y es que mis duelos acaban preparando tales cantidades de comida, que siempre me acabo llenando el estómago con las sobras. Incluso aunque tenga que compartirlas con Orión. Si te digo que un año me hinché hasta a canapés de salmón… Y bien buenos que estaban, sobre todo acompañados con almendras.
En fin, que pronto estaremos envueltos de las canciones esas con niños que chillan como gatos, de coches aparcados hasta encima de las aceras impidiendo acercarse a las farolas o de contenedores repletos de cajas de juguetes, entre otras cosas. Y quizá nieve… Mira, eso si me gusta. Al menos mientras no me hunda hasta las orejas…