Hacer un regalo es todo un arte que cuesta mucho de aprender, desarrollar y, sobre todo, de alcanzar la maestría, aunque realmente parezca algo tan sencillo como envolver cualquier cosa que hayamos comprado y entregársela a la persona destinataria. Marketing aparte, nadie puede negar que el simple hecho de recibir regalos no mejora su autoestima, estado de ánimo y afecto hacia la persona que le ofrece el detalle, consiguiendo claros beneficios afectivos y sentimentales que van mucho más allá del aspecto material y simbólico. Por eso, ¿no merece un esfuerzo el hecho de regalar cualquier cosa? Y es aquí donde debemos detenernos en primera instancia: cualquier cosa no tiene que ser el planteamiento inicial, el compromiso no es el mejor motor para hacer regalos. ¿Y cuál es? Veamos.
No todas las personas nos provocarán el mismo entusiasmo a la hora de buscar algo que regalarles, por más que no pretendamos hacer distinciones el afecto nos invita a actuar de distinta manera. Por eso, nuestra primera intención debe ser la de encontrar regalos originales, aquellos que despierten interés en el destinatario, sorpresa y, sobre todo, una alegría que no podría esperarse a pesar de estar recibiendo un detalle, valorando siempre nuestro afecto en relación al tiempo que estaremos buscando esos regalos originales. Como se suele decir, «lo que importa realmente es el detalle». Aunque tampoco hay que dejarse llevar por el dicho y comprar cualquier cosa, como ya hemos mencionado hay que abstenerse de comprar por comprar. Busquemos regalos originales, aquellos que despiertan una sonrisa al salir del envoltorio, y tengamos siempre en cuenta que, aunque no sea lo mismo hacerle un regalo a nuestra pareja que a un compañero de trabajo, no por ello debemos escatimar esfuerzo en agasajarles. La felicidad de quien recibe un detalle es la mejor recompensa para el que lo hace.
Buscar, buscar y, una vez encontrado lo que más encaja con los gustos de la persona, seguir buscando alternativas sin quedarnos obligatoriamente con el primero de los regalos originales que encontremos. La originalidad no sólo se consigue con el detalle en sí, también con la frescura que acompaña al simple hecho de regalar. Desde que localizamos el objeto hasta que lo entregamos, pasando por el paso obligatorio del envoltorio: todo se ha de cuidar con el mimo de quien busca ilusionar con la mejor de las intenciones. ¿Cuántas veces nos hemos quedado con lo primero que cae en nuestras manos decidiendo detenernos sólo porque no nos apetecía rompernos más la cabeza? Pues seguro que, de seguir indagando, encontrábamos regalos aún más originales. Y económicos, la clave está en no conformarnos hasta estar completamente seguros. Eso sí: anotemos en todo momento cada uno de esos regalos originales aunque sea mentalmente: siempre llegará un momento en el que habrá que detener la búsqueda, decantándonos por alguno de los resultados.
Y por último, aunque no menos importante, toca preparar el momento más decisivo, el que realmente hace que regalar sea una auténtica experiencia para todos los participantes en el acto: entregar los regalos originales que tanto esfuerzo nos ha costado encontrar. Pero, por mucho tiempo y empeño que hayamos puesto en ese paquete, en aquel detalle tan primorosamente envuelto y presentado, todas las penurias se esfuman al contemplar el gesto de sorpresa en la cara del homenajeado, al ver su sonrisa asomándose a la cara y transformándola en un derroche de alegría y felicidad. Vale, quizá todo esto sea momentáneo, pero el momento siempre quedará en la memoria, durante mucho más tiempo que todos los regalos originales que podamos entregar. ¿No es esta una gran recompensa para quien los entrega y para el que los recibe? No hay amistad que no se vea reforzada por este gesto tan sencillo, ni amor que no se intensifique por semejante muestra de afecto. Porque no tiene nada que ver con los objetos materiales, sino con la importancia de los lazos que nos unen. ¿No resultaría trágico el no tener a nadie al que hacerle un regalo?
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