yer fue el primer día de la “operación esconder hueso” y, aunque conseguí ocultarlo, después de mover el dichoso juguete de un lado para otro acabé más cansada que un Husky tirando él solo del trineo. Ya sabes que Orión también va detrás del hueso de juguete, por lo que no puedo dejarlo al alcance de sus dientes. ¡Muerden más fuerte que los míos!
Sí, diario, la mudanza del hueso en busca de un escondite fue complicada. Primero, lo coloqué debajo de uno de los cojines del sillón. Todo iba bien hasta que mi dueña se sentó notando el bulto bajo su trasero, por lo que destapó el escondite poniendo el hueso otra vez a la vista. Así que lo moví de nuevo, colocándolo debajo de una de las mesitas del dormitorio principal. Pero dejé un rastro más claro que el lomo de un Caniche después de salir de la peluquería y, al rato de haber escondido el hueso, ya estaba Orión tratando de sacarlo con la pata. Tras otro par de intentos, el hueso acabó en el mejor sitio posible, perfecto para que no lo encuentre nadie más que yo: dentro del zapatero, entre los pares que mi dueño ya no usa. ¡A ver si Orión consigue distinguir el olor del hueso de entre todos los perfumes a pie!