espués de mucho tiempo sin ver la lluvia, una acaba echándola de menos, sobre todo el olor a humedad que deja tras haberse escampado por todas partes. Incluso encima mío. Sí, diario, este fin de semana me cogió la tormenta mientras estaba ladrando con Rodolfo a través de la valla. Y ya te puedes imaginar cómo me quedé, como un Caniche después de salir de una piscina.
Y es que no sé qué manía tienen las tormentas de caer por sorpresa, parece que lo hacen aposta. Vale, si fuese una perra observadora me hubiera dado cuenta de que las nubes eran más negras que la garganta de un Rottweiler, habiendo identificado los truenos como el aviso de que iba a caer una buena. Incluso Rodolfo me comentó que estaba a punto de llover, pero, como siempre, no le hice caso. Sí, sé que él suele tener razón con cada ladrido que sale de su hocico, pero a mí me encanta llevarle la contraria. Qué le voy a hacer, me divierto mucho cuando se enfada, es tan gracioso…
Eso sí, aunque Rodolfo sabía de sobra que iba a caer una tormenta, no se movió de mi lado hasta que tuve que entrar en casa porque realmente empezó a llover con ganas. Y acabó tan empapado como yo, claro. ¿No es esto amor?