Diario de una vida de perros: hueso de juguete

e encantan los huesos de juguete, diario, son una de mis perdiciones. Además de los filetes, claro. O echarme la siesta panza arriba. Pero los huesos de juguete… tienen algo que el resto de cosas no tiene: resistencia a los mordiscos. Porque todo se acaba deshaciendo tarde o temprano, no importa que sea tan duro como una zapatilla de dueño. Sí, mis dientes acaban haciéndolo añicos.

Y de entre todos los huesos de juguete que han pasado por mi hocico, el que más me ha durado es el que me regalaron mis dueños mucho antes de salir de vacaciones: tan grande como la cabeza de un Gran Danés y más largo que tres Chihuahuas puestos en línea, ese es el tamaño de mi hueso de juguete. Imagina que cada vez que lo arrastro se me gira la cabeza del peso… Y es más duro que roer una piedra, por más que he intentado deshacerlo sólo he conseguido comerme un trozo de la punta. Y porque se quedó blandito tras haberlo enterrado estos días en el jardín…

Por suerte, es tan grande que Orión no puede con él, si no ya me lo habría robado hace tiempo. Y no ha sido por no intentarlo, que ya le he pillado un par de veces arrastrándolo. Al final voy a tener que vigilar a este Orión para que no me esconda el hueso. O esconderlo yo misma. Sí, creo que prefiero esta segunda opción…

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